Permaneció de pie,
observando, mientras el invitado se
sentaba al lado de la mujer, se inclinaba sobre ella y comenzaba a besarla en
la boca a la vez que separaba sus muslos, acariciándolos. Su mano huesuda iba
avanzando lentamente con una caricia suave, calida, hasta desaparecer bajo la
estrecha falda. La mujer se dejaba hacer tranquilamente, disfrutando de aquella
mano suave y calida que se adentraba bajo la falda, hasta su interior, haciendo
que se sintiese excitada y deseosa. El
movimiento de la mano del joven y el de las caderas de la mujer estaba perfectamente
acompasados, interpretando un lento baile en constante sintonía. Si el joven
aceleraba el ritmo, la mujer aceleraba su respiración hasta convertirla en
sonoros jadeos, sus caderas subían y bajaban al compás que marcaba el joven.
Después de unos minutos el ritmo se hizo tan frenético que la mujer no pudo o
no quiso aguantar más, entornó los ojos y elevó las caderas a la vez que
cerraba sus muslos con fuerza, atrapando en su interior la mano del joven,
disfrutando de la oleada brutal que recorría su cuerpo rezumando placer por
cada uno de sus poros. Después de aquello se incorporó, como si nada hubiera
sucedido, se recolocó la ropa, tomó de la mano al hombre mayor y sin volver la
vista atrás abandonaron el local.
Mi querida Astarté
viernes, 30 de mayo de 2014
martes, 27 de mayo de 2014
De vuelta
EL CUARTO OSCURO.
Unas cuantas velas colocadas sobre
unos altos candelabros daban algo de luz a la estancia. Entrar allí era dejarse
llevar por el instinto. El aire estaba enrarecido, la temperatura de la
estancia era tres o cuatro grados más elevada que la del resto del local. Olía
a sexo. La música de fondo eran los jadeos de los que disfrutaban del anonimato
que la oscuridad proporciona. No pude evitar retroceder, quería avanzar pero no
podía. Mi cabeza quería una cosa, mis
pies hacían otra. Al buscar la salida me topé a mis espaldas con alguien que
intentaba acariciarme. Con una mano buscaba insistentemente mi sexo, mientras
con la otra intentaba alcanzar mi pecho. Me aparté bruscamente. Víctor tenía
razón, mi aspecto era un verdadero reclamo. Notaba las miradas de deseo pegadas
a mi piel.
— Creo que aun no
estás preparada para el cuarto oscuro —susurró irónico a mi oído
— A si, ¿eso crees?—.
Quería que mi voz sonase desafiante,
lujuriosa.
Acerqué mi boca a su oído, para que sintiese
mi aliento mientras introducía mi mano por debajo de la toalla que llevaba
alrededor de la cintura.
— ¿Quieres jugar? —
Dijo— Pues entonces, juguemos.
Desapareció por unos minutos, dejándome sola, nerviosa. No sabía
que pretendía. Yo buscaba a un lado y a otro hasta que sentí como colocaban una
suave tela sobre mis ojos y la ataban sobre mi nuca.
— Ahora estás en mis manos. Déjate llevar.
Su voz sonaba rara. Distinta.
Me besó largamente en la boca, su lengua experta recorrió
cada pequeño rincón. Mientras lo hacía iba girando mi cuerpo sujetando las
manos a mi espalda. Noté como ataba mis
muñecas. El nudo era suave, con un leve movimiento habría quedado liberada,
pero no quería. Aunque me inquietaba estar privada de visión e inmovilizada, me deje hacer. Me deje llevar.
Manos y lenguas recorrían mi cuerpo, amasaban
mis pechos, profanaban mi sexo. Me veía obligada a separar los muslos, a doblar
mi cuerpo unas veces con suaves caricias, otras, con fuertes embestidas. ¿Cuál
de todas aquellas manos eran las de mi amante? Realmente no me importaba,
disfrutaba de cada caricia de cada embestida por igual, fuese quien fuese el
propietario.
De pronto todo se paró. Deje de sentir
caricias y embestidas. Noté como dejaban libres mis muñecas y como apartaban la
venda de mi rostro.
Cuando mis ojos se acostumbraron de
nuevo a la escasa luz, nadie me miraba, nadie advertía mi presencia. Ya no notaba
sus miradas pegadas a mi piel. Cada grupo, cada pareja estaba a lo suyo.
Tampoco veía a mi amante, le buscaba con la mirada por toda la estancia, hasta que
oí su voz detrás de mí.
Tenía una copa en la mano.
viernes, 7 de febrero de 2014
No abrir los ojos.
Después de un descanso…
Después de un largo descanso, aquí estoy de nuevo. Mi entrada de hoy es uno de mis primeros trabajos, cuando aún era alumna de Fuentetaja. Nada erótico, por cierto. Prometo en mis próximas entradas traeros algo más subido de tono, y también prometo, hablaros de autores que para mi son importantes, bien porque me ha gustado su obra, o bien porque han despertado mi curiosidad… Paulie Réage y la razón que le llevo a escribir su famosa obra, Toni Bentley, autora irreverente, en busca de Dios a través del sexo anal. Milo Manara, de quien dicen que es el mejor dibujante del erotismo femenino, Henry Miller y su peculiar relación con Anaïs Nin… Pero eso será otro día.
De momento, hoy, cuidado con los
informes y los cajones.
NO ABRIR LOS OJOS.
No
abrir los ojos, no moverse, no parpadear, no pensar. Debajo de la manta, si no
me muevo, tal vez no ocurra nada, tal
vez no salga el sol, si no me muevo, todo estará quieto, el día no echará a
andar, no vendrá a mi estomago esta angustia que me genera nauseas, ese vértigo
a salir de mi cama, a encarar el día que no quiero empezar. Quiero que todo se
pare, nada se mueva. Cierro los ojos, no parpadeo, casi lo consigo, casi paro
el tiempo. Oigo el teléfono. Suena otra vez. Se lo que quiere. Cierro los ojos,
recuerdo lo que no quiero recordar. Ayer, la oficina, Junta de Accionistas,
preparo los informes. Estoy nerviosa, Fabián hace días que no me llama, no sé
nada de él, tal vez quiera terminar. Me dijo que me daría una sorpresa, de eso
hace tres días. En ese tiempo, ni una llamada, ni una señal.
Mi
jefe me apremia tiene prisa, llegan los accionistas, se van sentando.
Debo de tener cuidado. No confundir los
informes. El balance que se presenta a los accionistas es falso, el Consejo de
Administración no quiere que se sepa que están en la ruina
Fabián, compañero de mi jefe, me pidió el favor de ayudarles a
falsear el informe económico. Una tarde le conocí, nos miramos. Fue suficiente.
Me llevó a cenar. Después a su apartamento El informe correcto en el cajón de
abajo. El falso en el de arriba. Abro el cajón, suena el teléfono. Fabián,
cierro el cajón. Ahora no puedo contestar. Abro el cajón. Cierro el teléfono.
Me dirijo a la Sala de Juntas, entrego los
informes a los accionistas. Me siento a escuchar la explicación que intentará
convencer a los socios de que la situación económica es favorable. Mi cabeza
vuela, Fabián por fin me ha llamado, en cuanto termine la reunión le devolveré
la llamada. Que inoportuna la reunión ahora que por fin Fabián me llama. Oigo a
lo lejos el rumor de la reunión, mi jefe anuncia la presencia de un nuevo
Director de Administración. Se abre la puerta, entra Fabián. Me dirige una
sonrisa burlona, esta era la sorpresa. Saluda, se presenta, coge el informe,
con aire satisfecho toma impulso para comenzar a hablar, de pronto, las
palabras quedan atrapadas en su garganta, se vuelve hacia mi jefe, y como
acompasados en un macabro dúo, los dos se giran hacia mí, miro nerviosa el
informe que tengo en mis manos, levanto la vista, observo a Fabián. Una mueca
de terror ha quedado congelada en su cara.
No abrir los ojos, no moverse, no parpadear,
no pensar. Suena el teléfono, una vez
más.
martes, 24 de diciembre de 2013
¿ Por qué escribo?
Cuando digo que me gusta escribir, en ocasiones, la gente me pregunta ¿por qué?. No existe una razón concreta, no hay una razón única, son muchos los motivos que me llevan a sentarme delante del ordenador e intentar contar historias. Hace un par de años hice un listado de "porqués", este fue el resultado. Hoy añadiria algún porqué más, pero eso, otro día.
¿Por qué escribo?
Porque me
gusta.
Porque lo
necesito.
Porque me
ayuda a estar cuerda o a volverme loca, depende…
Porque cuando
pienso que tengo algo que contar lo escribo, siempre lo he hecho, desde que era
adolescente.
Porque pasar
días y días trabajando en un capítulo y por fin poder mandarlo me da energía,
me “pega el subidón”. No se explicarlo, solo sentirlo.
Porque no me
imagino a mi misma sin escribir un poco cada día.
Porque aún
cuando no tengo ordenador, ni lápiz ni papel, sigo haciéndolo, sigo escribiendo
en el autobús, en el parque y hasta en la ducha.
Porque sueño
con que mis historias un día se lean. Y que además gusten.
Porque me
produce mucha satisfacción pasar ratos con mis personajes. Darles vida, verles
evolucionar, sobretodo imaginarles.
Porque tengo
mucho que aprender y escribir me ayuda.
Porque mi
familia me dice que cuando mejor se me ve es cuando estoy imaginando y escribiendo. Mi psicólogo también. De
manera que he llegado a la conclusión de que además de gustarme me sirve de
terapia.
Porque podría buscar mil porqués y todos
validos. Pero la explicación es sencilla, me gusta, me produce satisfacción y
me ayuda. Y por contradictorio que suene, decir porque escribes es imposible, es
algo que se siente, no se dice. En ocasiones cuando por fin consigues verbalizar un sentimiento,
este, pierde su valor por el solo hecho de haberle dado forma de palabra
escrita o hablada. De manera que os diré lo que digo siempre cuando no soy
capaz de verbalizar un sentimiento…"entra en mi cabeza y siéntelo como yo" .
¿Por qué
escribo?... Entrad en mi cabeza y lo sabréis.
lunes, 16 de diciembre de 2013
¿Literatura erótica o erotismo en la literatura?
Literatura erótica o
erotismo en literatura.
Al hacer la presentación del
primer capítulo de mi novela, hice constar la puntualización que mi correctora,
Susana, había realizado sobre la misma. Mi primera intención fue escribir una
novela con un alto contenido erótico, pero como ya indiqué, en ocasiones es la escritura la que lleva al autor y no al
contrario, de manera, que el resultado ha sido una novela con escenas eróticas,
pero no una novela erótica al uso. Esta diferencia me sirve para iniciar un debate sobre
literatura erótica o erotismo en la literatura, para ello voy a apoyarme en la
documentación que Marisa Mañana, profesora de literatura erótica de la Escuela
de Escritores, me hizo llegar cuando tuve el placer de ser su alumna.
Comenzaba Marisa el primer
tema del curso preguntando ¿Qué debe tener un texto para ser erótico? Si la
pregunta fuera lanzada en un grupo de amigos la mayoría coincidiría en afirmar
que en un texto erótico uno o más personajes tienen relaciones sexuales.
Entonces ¿un texto erótico se reduce a la redacción de un intercambio sexual?
A lo largo de la historia de
la literatura, es, sobretodo a partir del SXVIII, cuando muchas obras nacen de
un afán subversivo, contra las normas y los valores que intentan regular el
instinto sexual, y también un afán lúdico, del goce por el goce, dejando en
evidencia la hipocresía de la sociedad. Allí donde el erotismo se convierte en
arte podemos encontrarnos con el marqués de Sade, Chordelos de Laclos James
Joyce, Henry Miller, Anaís Nïn, Georges Bataille, entre otros…
Si bien es cierto que las
obras de los autores mencionados son esencialmente eróticas, es decir, que en
ellas la unión sexual tiene mucho de físico y carnal, también es cierto que sus
obras adquieren un sentido de búsqueda, un afán de entrever no solo lo
maravilloso, lo extraordinario, lo emocionante, lo sublime, sino también lo
diverso, lo desconocido, el desafío; la exploración de cuanto haya de turbador,
de complejo, de singular o de inquietante en el sexo. Y así, también nos encontramos
con autores en cuyas obras hay erotismo por más que estas no sean esencialmente
eróticas. Safo de Lesbos, Platón, Teresa de Jesús, Goethe, Vladimir Nabokov,
García Márquez, Alessandro Baricco… Una extensa lista de autores publicados en
la historia de la literatura. Es seguro que con más de una novela o un cuento
nos hemos preguntado si son estrictamente eróticos o no, entonces surge el
interrogante ¿Literatura erótica o erotismo en al literatura?
Pues bien, la Literatura erótica es, como la narrativa
policiaca o de ciencia ficción, un subgénero, con sus reglas correspondientes:
el deseo sexual, el sexo explícito, la consumación de ese deseo sexual. El erotismo en literatura, está libre
de normas, no tiene sujeciones de ningún tipo, así que nos podemos encontrar
con lo erótico en un relato fantástico o policíaco. Podemos decir que la
frontera entre la literatura erótica y el erotismo en literatura es difusa, hay
obras literarias que se amoldan íntegramente o en parte a los requisitos de la
literatura erótica. Por otro lado hay textos dentro de cualquier otro género
que se pueden considerar puramente eróticos por su genialidad, originalidad o tratamiento
inusual de algún aspecto. Ahora bien, tanto si se trata de literatura erótica o
erotismo en la literatura, hay un elemento común a ambos: la transgresión acampa a
sus anchas por el texto.
martes, 10 de diciembre de 2013
El Cuarto Oscuro
Después de un larguísimo fin de semana, elevemos
un poco el tono, para combatir el frío, otro comienzo, el del relato erótico
“El cuarto oscuro”, perteneciente a la Antología erótica “La carne despierta”.
El
cuarto Oscuro.
Me había dado las instrucciones oportunas de cómo debía ir vestida esa
noche y como debía comportarme. La sensación de vértigo que tenia en el
estomago hacía que mis manos estuviesen constantemente heladas. Heladas y
temblorosas. Debía estar preparada para
su llegada y no era capaz de mantener un objeto en mi mano sin que se
resbalase. Me senté sobre la cama, respiré profundamente, y comencé a
arreglarme.
En una pequeña maleta había dispuesto
todo lo que me había ordenado. Una camisa negra transparente, un corsé negro
sin copas, unas medias con blonda, negras, al igual que el liguero, y aquellos
altísimos tacones que tanto le complacían a mi amante. No debía llevar ropa
interior, ni tampoco falda. A él le gustaba así, siempre disponible.
Después de una larga ducha, una
vez seca, extendí aceite de Hamman por todo mi cuerpo. El olor dulce del aceite
siempre me recordaba a él. Comencé a vestirme, despacio, muy despacio,
convirtiendo el momento en un ritual.
Cada prenda, cada movimiento tenía su significado. Quería disfrutar imaginando,
anticipándome a lo que estaba por llegar. Mi respiración estaba acelerada, mis
manos, aunque heladas, sudaban. Decidí tomármelo con calma, de otra manera
terminaría haciéndolo todo mal.
Primero, las medias, deslizando su suave
tejido por mis piernas, sintiendo su caricia, acomodando la blonda alrededor de
mi muslo. Después, el liguero, que abrazaba mis caderas enmarcando mi pubis,
dejándole en evidencia. Dejé caer desde mi cabeza la camisa transparente, que
al rozar
mis pechos desnudos, hacía que los pezones reaccionaran, agradecidos,
creciendo, alzándose erectos. Sobre ella ceñí el corsé sin copas. Lo até a la espalda lo más fuerte que puede,
las ballenas de acero que había debajo de la tela favorecía que los pechos se
elevasen y sobresaliesen bajo la camisa, mostrándose provocadores,
desvergonzados. Por ultimo, los zapatos.
El espejo de la habitación era
grande, me permitía ver todo mi cuerpo y me devolvía una imagen de mi misma que
me costaba reconocer.
Sonó el móvil. Era él, estaba en la
recepción del hotel, subía a la habitación y quería saber si ya estaba
preparada.
—
Solo
me falta el abrigo —le contesté.
— No te lo pongas todavía, espera,
quiero darte mi visto bueno.
Aproveché los pocos minutos que tenía para retocar el
maquillaje y darme un poco de perfume.
Un último repaso frente al espejo. Todo perfecto, como a él le gusta.
Dio tres toques con los nudillos en la puerta
de la habitación. Siempre lo hacía así para que yo supiese que era él. Seria un
poco embarazoso abrir la puerta de la habitación vestida de aquella manera y
encontrar al otro lado a un empleado del hotel.
Los nervios me hicieron suspirar de manera inconsciente Mis manos continuaban heladas. Abrí
la puerta. Cuando entró en la habitación pude leer en su mirada que lo que veía
era de su agrado. Mi esfuerzo no había sido en vano. Me cogió de una mano, y elevándola sobre mi cabeza, me hizo girar
sobre mi misma para poder observarme por completo.
— Perfecta, susurró a mi oído.
Se dirigió a la cama,
cogió el abrigo que había sobre ella. Con un gesto caballeroso me lo puso a la
vez que depositaba un beso suave y húmedo en mi cuello. Me estremecí y deje que
aquella humedad inundara todo mi sexo.
Mª Ángeles Paniagua. El cuarto
Oscuro.
viernes, 6 de diciembre de 2013
Capítulo 1.
Fin.
Cuando ya dejó de gritar y se dispuso a
escuchar, oyó una voz mecánica.
-—El número marcado está
apagado o fuera de cobertura.
Marcó nuevamente una vez
más, otra vez, hasta perder la cuenta, pero la respuesta siempre fue la misma.
Era de locos. Hacía unas
horas que se había despedido de Elisa en el aeropuerto. El avión en el que
debía viajar se había estrellado en algún lugar de los Pirineos, pero Elisa no
había subido a ese avión. Todo esto debía tener una explicación, solo era
cuestión de esperar a que Elisa apareciese. Hacía unos meses había estado
bastante extraña, lejana… Pero de eso hacía meses, ahora parecía que todo iba
volviendo a la normalidad.
No podía hacer nada de
momento, no esta noche, solo esperar a mañana.
Se acomodó en el sofá con el teléfono móvil y
el fijo sobre el pecho y cerró los ojos. Sabía que no iba a dormir, pero por lo
menos intentaría descansar.
Cuando la claridad llenó la
sala anunciando que amanecía, se incorporó. Se quedó sentado con la manta
encima y los teléfonos en la mano. Ni el fijo, ni el móvil, habían sonado en
toda la noche. ¿Dónde estaba Elisa?
Preparó los
desayunos de los niños. Llamó a su suegra y le pidió que se ocupase esa mañana
de ellos. No le dio ninguna explicación más que la que ya conocía. No quería
que la situación se descontrolara, aunque era cuestión de horas que se supiese
la verdad. Dejó a Roberto al cuidado de los mellizos en lo que llegaba la abuela.
Se duchó, se vistió, se despidió de sus hijos y subió al coche. No tomó el
camino de su trabajo, sino al centro de la ciudad.
Un camión del
ayuntamiento regaba las calles, aún no hacía demasiado calor. Aparcó en el
parking del hospital que estaba al lado de la Comisaría General. Cuando era
pequeño y acompañaba a su madre los lunes a la Iglesia de San Nicolás, pasaba
por la comisaría. Imaginaba que todos los SEAT 124 que había aparcados a la
puerta eran los coches de la policía secreta. Siempre se hacía un poco el
remolón por ver si veía a algún policía vestido de paisano entrar en alguno de
aquellos coches y poder fardar delante
de sus amigos de que había visto un policía de la secreta. Entró en la
comisaría sin parar a mirar el modelo de coche aparcado en al puerta.
Se sintió perdido. En aquel lugar había
demasiado ruido, todo se movía deprisa, las personas, las puertas, los papeles…
Estaba a punto de dar media vuelta cuando una agente vestida de uniforme se
acercó a él.
-—Disculpe,
¿se encuentra bien? Está usted muy pálido. ¿Busca a alguien?
Alberto por
fin reaccionó.
—Quería
denunciar la desaparición de Elisa. Debía estar en el avión, pero… No está, y
no sé donde está.
La agente, le
condujo hasta un despacho cercano, le acompañaba como se acompaña a un niño
perdido en la calle, y le consuelas mientras tratas de encontrar a sus padres. Le recibió el comisario Martínez. Después de
escuchar el relato le explicó, que hasta
que no se cumpliesen los plazos marcados por la ley, no se admitiría la
denuncia por desaparición y por tanto no iniciarían la búsqueda.
Sentado ya en
el asiento de su coche. Alberto le daba
vueltas a que era lo que debía hacer. No sabia a donde dirigirse, donde buscar.
Miró su móvil buscando desesperadamente una llamada de Elisa. Entonces lo vio,
el número de teléfono de Felipe Castro. Pensó en llamarle para que le relatara
de nuevo como vio a Elisa abandonar el aeropuerto. Pero, no era buena idea, no
debía ocupar la línea por si Elisa llamaba.
Cruzó el Puente Mayor en dirección al aeropuerto.
El parking estaba lleno de coches oficiales, había oído por la radio que repatriarían
los cuerpos de los pasajeros a la zona militar del aeropuerto.
La sala principal
estaba abarrotada. Se dirigió
directamente a la oficina de alquiler de coches. No quería ver el sufrimiento
de toda aquella gente esperando a sus familiares muertos. Él, debía de haber
sido uno de ellos y sin embargo no sentía alegría por no serlo.
Felipe
Castro, que no perdía detalle desde la ventanilla de la oficina de alquiler de
coches, vio acercarse a Alberto. Le sonrió falsamente, pensó que venia a quitarle la exclusiva con la
televisión. La sonrisa se le quedó congelada cuando se dio cuenta de su
aspecto. No era la apariencia de alguien que ha visto como su mujer se salvaba
de la muerte. Más bien todo lo contrario. Le tendió la mano para saludarle.
Alberto le devolvió el saludo de forma mecánica a la vez que le interrogaba.
—Felipe,
¿estás seguro de que era Elisa la mujer que viste abandonar el aeropuerto?
—Si hombre,
si. Sin duda ninguna. Si después los de equipajes me han querido meter en un
lío diciéndome que por favor me hiciese cargo de sus maletas, que como era
conocida… La policía en un principio lo retuvo, después de escanearlo,
comprobaron que no había nada sospechoso y lo llevaron de vuelta a equipajes.
Pero yo no quería responsabilidades, que después falta algo, y la culpa es mía.
Espero que no te moleste.
Alberto no
soportaba que le diera todo tipo de
explicaciones sin que nadie se las pidiese, pero era la única persona que la había visto salir del aeropuerto.
—No te
preocupes Felipe —le dijo—, has hecho bien. ¿Entonces me entregaran su equipaje
sin problemas?
—Si hombre,
si. Dí que vas de parte de Felipe, el de los coches, y te lo darán, que yo
tengo mucha mano por aquí, ya sabes… uno que es popular.
Alberto ya se
alejaba de Felipe cuando le oyó de nuevo.
— ¿Es que al
final le ha ocurrido algo a tu mujer? Entonces… ¿No podré contar nada en la
Tele?
No se giro para contestarle, prefirió hacer
como que no le había oído.
Tal y como le
había dicho Felipe le entregaron el equipaje de Elisa sin ningún problema.
Salió lo más deprisa que pudo del aeropuerto. Quería alejarse de allí cuanto
antes. Olvidar el dolor que se palpaba en el ambiente, olvidar que aquel era el
último sitio donde había estado con ella, olvidar a Felipe, olvidar todo.
Aparcó el
coche a la puerta de su casa. Siempre había sitio. Sacó las dos grandes maletas.
Los niños no estaban en casa, encontró una nota de la abuela sobre la mesa de
la cocina diciendo que estaban en la
piscina
Las llevo al dormitorio. Se sentó en la cama
observándolas. No se atrevió a abrirlas, tanto él, como Elisa eran muy
respetuosos con la intimidad del otro. Pero aquella no era una situación
normal. Por fin se decidió, colocó las maletas sobre la cama, buscó las llaves
de repuesto en la mesilla de noche. La ropa perfectamente ordenada quedó a la
vista, nada parecía fuera de su sitio. Abrió la segunda maleta, el portátil de
Elisa estaba colocado entre la ropa, para que no sufriese ningún daño. Al lado,
un estuche rígido de color oscuro, cerrado con una cremallera. No recordaba haber visto ese estuche por casa.
Esta vez no se lo pensó y lo abrió. En su interior encontró media docena de pendrives.
Todos llevaban pegada una pequeña etiqueta escrita a mano, la letra era de
Elisa. En cada una había escrito un nombre, una numeración y una fecha. Cogió
uno al azar y leyó.
Astarté 3. Marzo 09.
Examinando
uno por uno, se dio cuenta de que en todos estaba escrita la palabra “Astarté”,
seguido de un número y después el mes y el año. Buscando encontró el que
parecía, aplicando cierta lógica, el primer pendrive.
Astarté 1. Mayo 08
Siguió
buscando y encontró el que parecía ser
el último. Estaba fechado la semana antes a la partida de Elisa.
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